lunes, 3 de septiembre de 2012

VIVIENDO SOLO PARA CRISTO


Por: Rev. Julio Ruiz, pastor

VIVIENDO SOLO PARA CRISTO
(Filipenses 1:21)
PRIMERA PARTE

INTRODUCCIÓN: Este conocidísimo texto nos emplaza con una obligada pregunta: ¿Cuál es la razón por la que vivimos? Lo que Pablo dijo parece simple, pero tiene un mundo de reflexión. Porque es obvio que si Cristo no es mi “vivir”, otras cosas tienen que serlo. La vida de Pablo antes de encontrarse con Cristo estaba llena del más alto fariseísmo que se haya conocido. Estaba llena del más estricto apego a la ley. Era, en efecto, irreprensible en guardarla. Si la salvación hubiese sido por la ley, Pablo sería el primer salvado. Pero además, en cuanto a celo, era un acérrimo perseguidor de la iglesia. Nadie lo igualaba en la defensa de sus creencias. Por lo tanto, antes de conocer a Cristo, Pablo podía decir: “Para mí el vivir es la ley”. Sin embargo, a los filipenses, dijo lo siguiente: “Pero cuantas cosas eran para mi ganancias, las he estimado como pérdidas por amor de Cristo” (3:7). Es interesante que después que Pablo se convirtió a Cristo toda su vida se llenó de él, hasta el extremo de decir: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, ya sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 14:7, 8). El hombre y la mujer que afirma la declaración de Pablo, debe estar consciente de lo que está diciendo. Bien pudiera haber otras cosas, aun siendo creyentes, por las que vivimos. Es cierto que para muchos el vivir es otra cosa Pero si somos cristianos nuestra conclusión debiera ser la misma de Pablo: “Para mí el vivir es Cristo”. Veamos las implicaciones de esta declaración para nuestra vida.

I. SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO TIENE QUE HABER UNA MUERTE

1. Morir en el camino de Damasco. Mientras Pablo venía respirando amenazas de muerte contra todo lo que se llamara cristiano, tuvo su propia muerte. Si algún camino tendría que recordar por el resto de su vida, era el “camino de Damasco”. En ese lugar, en un medio día con un sol radiante, Saulo de Tarso murió. Duró tres días ciego para que se viera así mismo. No comió ni bebió para que su encuentro con el Señor fuera más real. Allí pasó de ser el que ordenaba a ser conducido. Allí fue derribado el hombre a caballo para caminar, a partir de entonces, sólo para el Señor. Así, pues, para que el creyente diga que para él el “vivir es Cristo”, tiene que haberse operado una muerte en su propio “camino de Damasco”. Cristo no puede ser mi vida si primero no muero. Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto. Hay que morir para que Cristo viva.

2. Estar crucificado con Cristo. Del camino a Damasco Pablo pasó a la crucifixión. En otro de los muy conocidos textos, él dijo lo siguiente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…” (Gál 2:20). Su célebre frase “ya no vivo yo” pone de manifiesto la forma cómo él concibió su nueva vida en Cristo. La crucifixión era la muerta más temida. No era cualquier tipo de muerte. Era espantosa y dolorosa. Así tenemos que la profundidad en su comunión con Cristo llevó a Pablo a crucificar todo lo que era, incluyendo su pasado farisaico y su carne con sus pasiones. Esta misma verdad la declaró a los corintios al hablar de golpear su propio cuerpo; así dijo: “Cada día muero”. Para Pablo estar crucificado con Cristo implicaba traer consigo esas marcas; así lo expresó a los Gálatas: “De aquí en adelante nadie me cause molestias, pues yo traigo en mi cuerpo las marcas de Cristo” (Gá. 6:17) La experiencia de Pablo sirve de directriz para nuestra vida espiritual. Vivir en Cristo es crucificar al viejo hombre con sus deseos y pasiones. Para esto debemos recordar que toda crucifixión es dolorosa.