POR: MISAEL REYES
Conozco tus obras. Mira que delante de ti he
dejado abierta una puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son
pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre.
(Apocalipsis 3: 8)
La fuerza espiritual de una iglesia no se mide por la
cantidad de su membrecía, ni por la estructura física que posee, ni por la
generosidad de sus ofrendas; sino por la obediencia a la palabra de Dios y al
compromiso con que asume la tarea de la gran comisión.
¿Cuántos no añoran esas megas congregaciones donde uno se
siente como rey, en la comodidad de butacas acolchadas y donde el calor no
apresura nuestra salida a medio culto? (Y que conste que no tengo nada en
contra del crecimiento de las iglesias, eso no tiene nada de malo).
De verdad que es confortable y acogedor un ambiente así,
donde el salón este abarrotado del gentío y donde se realizan varios cultos
para que los miembros que no puedan ir al primero, puedan ir al segundo y así
sucesivamente.
Últimamente se ha puesto de moda una especie de competencia
para medir las fuerzas de las congregaciones, y se toma como patrón tal vez, el nombre de la iglesia, la cantidad de su membrecía,
las ofrendas, la preparación del pastor, entre otras.
Se cree que por el hecho de pertenecer a cierta congregación,
le da prestigio y lo eleva a niveles espirituales y menosprecian a quien como
ellos no pertenecen a ese tipo de congregación.
A la iglesia de Filadelfia se le elogia no porque era la
mayor de todas las demás iglesias del Asia Menor, sino porque a pesar de tener
poca fuerza; había sido obediente a la palabra y por su testimonio.
Estos son los dos grandes secretos de una iglesia triunfante
y victoriosa: la obediencia a la palabra y el testificar el nombre de Jesús.
No hay credo, ni estatuto, ni norma que pueda suplantar la
palabra y generar el crecimiento de una congragación; sino el obedecer la
palabra de Dios. Fue un principio en el antiguo testamento se repitió en el
nuevo testamento y seguirá siendo el principio insustituible si en verdad
queremos alcanzar la victoria sobre el mundo.
De igual manera, no
hay nombres que pueda sustituir el nombre de Jesús. Hablar en el nombre de Jesús,
puede remover las más grandes calamidades y hace huir a las legiones de
demonios que operan en el mundo.
Hoy se cree que es necesario disfrazar el evangelio con
trucos y con otras atracciones tomadas del mundo del espectáculo o de los
circos para atraer a las gentes. Se piensa que con tan solo promocionar la
figura de un predicador x, las cosas van a ser mejores. Qué lejos se está de la
realidad bíblica cuando pensamos que creer en el nombre de hombres lograremos
alcanzar el más alto nivel de santidad como está ocurriendo hoy con muchos
predicadores modernos.