Por: Misael Reyes
Texto bíblico: Génesis
12:
1.
Pero Jehová había dicho a Abram: vete de tu tierra y de tu parentela, y de la
casa de tu padre, a la tierra que te mostrare. 2. Y hare de ti una
nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. 3.
Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán
benditas en ti todas las familias de la tierra. 4. Y se fue Abram, como
Jehová le dijo…
Abram
vivía en Ur de los caldeos. Tenía todas las comodidades que pueda aspirar
cualquier humano en esta tierra: bienes, ganados. Allí paso sus primeros años
de vida junto a su padre Tare y sus hermanos menores, Nacor y Harán. Conoció a
una chica de nombre Saray con la cual contrajo matrimonio. Un día Tare su
padre, decide levantar tienda de Ur de los caldeos, tal vez buscando
mejoras, y obviamente que se trae
también a sus hijos con él hasta la tierra de Harán. Todo este movimiento y
cambio obedecía al llamado que Dios le había hecho a Abram de abandonar su
tierra de nacimiento.
No hubo
preguntas por parte de Abram, tampoco comentarios para condicionar su partida a
esa tierra que no conocía. Tampoco discutió los beneficios económicos que se
derivarían del cambio de residencia. Solamente se limito a obedecer. Arreglo
sus maletas, echó por delante su ganado y junto a él, marcho Saray y su gente
que le servía y se fue como Jehová le dijo y llego a tierra de Canaán.
Al
llegar a esta tierra, Abram no se
preocupó en construir una mansión para él y Sara, tampoco donde acamparían las
gentes que le acompañaba y donde comería su ganado. Los primero que hace Abram al llegar a la
tierra de Siquem, fue construir un altar a Jehová quien se le había aparecido.
Hay
aquí muchas lecciones que aprender y que pueden servirnos como base si queremos
tener ministerios fructíferos:
Obediencia.
Abram
obedeció fielmente la voz de Dios al dejar su tierra y sus comodidades en Ur para ir a un lugar
inhóspito.
Hay hoy
muchos creyentes que sienten deseos de servir al Señor, y dicen: “si yo tuviera
tiempo” haría esto o aquello e iría a donde el Señor me enviara. Pero están
amarrados. Sus riquezas terrenas, sus
trabajos, sus estudios, su familia son su primera prioridad. Son ataduras que
no les permite avanzar, el miedo los acosa y los detiene.
Fe.
Abram
fue un hombre de profundas convicciones en las promesas de Dios. La fe de
muchos misioneros en el día de hoy se hace fuerte en la medida que aumentan las
bonificaciones, los sueldos, los viáticos y todos los beneficios de ley. No salen
a las misiones, si primero no se les garantiza comodidades para ellos y su
familia.
Entrega.
Abran
hizo de la adoración a Dios, un estilo de vida. Vivimos en una época de competencia. Estamos en una
carrera para ver quien llega más lejos,
quien alcanza las metas más elevadas, quien acumula más dinero, quien logra
escalar las mejores posiciones. Esta
fiebre de competencia santa, ha enfermado a la iglesia al punto que esta se ha involucrado en mucha cosas, incluso la
política. Es decir, hay un afán por codearse y competir con el mundo en
cualquier terreno, ya sea político, las artes, las ciencias o el campo de los
negocios. Ya eso de dedicar un tiempo para Dios, lo dejo para después que
finalice la faena del día, lo del altar familiar, lo hacemos después que veamos
toda la basura de la televisión. Hay muchas cosas que estamos haciendo que
parecen buenas pero le están quitando el primer lugar a Dios. Abram, lo primero
que hizo al llegar a esa tierra, fue construir un altar a Dios donde él, su
familia y la gente que le acompañaban pudieran rendir adoración al Creador de
sus vidas. Con razón a Abram se le llama el padre de la fe o porque no el padre
de las misiones.