Por: Rev.
Julio Ruiz, pastor
VIVIENDO SOLO PARA CRISTO
(Filipenses 1:21)
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN: Este conocidísimo
texto nos emplaza con una obligada pregunta: ¿Cuál es la razón por la que
vivimos? Lo que Pablo dijo parece simple, pero tiene un mundo de reflexión.
Porque es obvio que si Cristo no es mi “vivir”, otras cosas tienen que serlo.
La vida de Pablo antes de encontrarse con Cristo estaba llena del más alto
fariseísmo que se haya conocido. Estaba llena del más estricto apego a la ley.
Era, en efecto, irreprensible en guardarla. Si la salvación hubiese sido por la
ley, Pablo sería el primer salvado. Pero además, en cuanto a celo, era un
acérrimo perseguidor de la iglesia. Nadie lo igualaba en la defensa de sus
creencias. Por lo tanto, antes de conocer a Cristo, Pablo podía decir: “Para mí
el vivir es la ley”. Sin embargo, a los filipenses, dijo lo siguiente: “Pero
cuantas cosas eran para mi ganancias, las he estimado como pérdidas por amor de
Cristo” (3:7). Es interesante que después que Pablo se convirtió a Cristo
toda su vida se llenó de él, hasta el extremo de decir: “Porque ninguno de
nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor
vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, ya sea que vivamos, o
que muramos, del Señor somos” (Ro. 14:7, 8). El hombre y la mujer que
afirma la declaración de Pablo, debe estar consciente de lo que está diciendo.
Bien pudiera haber otras cosas, aun siendo creyentes, por las que vivimos. Es
cierto que para muchos el vivir es otra cosa Pero si somos cristianos nuestra
conclusión debiera ser la misma de Pablo: “Para mí el vivir es Cristo”. Veamos
las implicaciones de esta declaración para nuestra vida.
I.
SI PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO TIENE QUE HABER UNA MUERTE
1.
Morir en el camino de Damasco. Mientras Pablo venía respirando amenazas
de muerte contra todo lo que se llamara cristiano, tuvo su propia muerte. Si
algún camino tendría que recordar por el resto de su vida, era el “camino de
Damasco”. En ese lugar, en un medio día con un sol radiante, Saulo de Tarso
murió. Duró tres días ciego para que se viera así mismo. No comió ni bebió para
que su encuentro con el Señor fuera más real. Allí pasó de ser el que ordenaba
a ser conducido. Allí fue derribado el hombre a caballo para caminar, a partir
de entonces, sólo para el Señor. Así, pues, para que el creyente diga que para
él el “vivir es Cristo”, tiene que haberse operado una muerte en su propio
“camino de Damasco”. Cristo no puede ser mi vida si primero no muero. Si el
grano de trigo no muere no puede dar fruto. Hay que morir para que Cristo viva.
2.
Estar crucificado con Cristo. Del camino a Damasco Pablo pasó a la
crucifixión. En otro de los muy conocidos textos, él dijo lo siguiente: “Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…”
(Gál 2:20). Su célebre frase “ya no vivo yo” pone de manifiesto la forma
cómo él concibió su nueva vida en Cristo. La crucifixión era la muerta más temida.
No era cualquier tipo de muerte. Era espantosa y dolorosa. Así tenemos que la
profundidad en su comunión con Cristo llevó a Pablo a crucificar todo lo que
era, incluyendo su pasado farisaico y su carne con sus pasiones. Esta misma
verdad la declaró a los corintios al hablar de golpear su propio cuerpo; así
dijo: “Cada día muero”. Para Pablo estar crucificado con Cristo implicaba traer
consigo esas marcas; así lo expresó a los Gálatas: “De aquí en adelante
nadie me cause molestias, pues yo traigo en mi cuerpo las marcas de Cristo”
(Gá. 6:17) La experiencia de Pablo sirve de directriz para nuestra vida
espiritual. Vivir en Cristo es crucificar al viejo hombre con sus deseos y
pasiones. Para esto debemos recordar que toda crucifixión es dolorosa.
Gracias por esta reflexión de gran bendición.
ResponderEliminarAMEN, DIOS TE BENDIGA MI HERMANO DIEGO, SALUDOS A TU ESPOSA Y TODA TU FAMILIA
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