POR: MISAEL REYES
Entre
los israelitas, el varón primogénito tenía privilegios especiales. Heredaba
del padre el puesto como cabeza de la casa y recibía como parte de la
herencia una porción doble.
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Esaú perdió su primogenitura vendiéndola a Jacob por un poco
de guisado (Génesis 25:27-34 Hebreos
12:16).
En Israel, Rubén perdió su primogenitura por el pecado y sus
hermanos Simeón y Leví perdieron la suya por violencia; y así, la bendición
llegó a Judá (Génesis 49:3-10).
Cuantas bendiciones estamos dejando de recibir porque nuestros
pensamientos irracionales (carnales) no están siendo disciplinados ni sometidos
al control de Dios.
El hambre por las cosas materiales nos domina y nos ciega y nos
lleva cautivos tras el lucro, la comodidad y nos induce a cambiar nuestra
primogenitura y nuestras bendiciones, por un poco de guisado rojo.
Cambiamos nuestros dones que han sido dados por Dios para
edificación de la iglesia, por las ofertas efímeras de sistemas mundanos.
El hambre por alcanzar posiciones, nos hace perder la perspectiva
divina, echando a rodar nuestros privilegios que como hijo de Dios el nos ha
dado.
Cambiar nuestras bendiciones por los deleites que este mundo
ofrece, puede costarnos muchas lágrimas que nunca alcanzaran para recuperar lo
perdido.
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