Rev. Julio Ruiz, pastor
Serie de Sermones
Basados en la Carta a los Filipenses
UNA OBRA EN CONSTRUCCION
(Filipenses 1:6; Jeremías 18:1-6)
INTRODUCCIÓN: Si usted tuviera
la ocasión de cambiar alguna parte de su cuerpo, ¿qué le gustaría cambiar? Esto lo decimos porque no
son pocos los que están conformes con algunas partes de su cuerpo. Al respecto
hay una mala y una buena noticia. La mala noticia es que ni usted ni yo podemos
hacer más nada, a menos que se haga una reconstrucción plástica. La buena noticia es que Dios no ha dejado
de trabajar en su vida, lo cual lo ha
venido haciendo desde la eternidad. El asunto es que él no solo nos creo de
acuerdo a su “imagen y semejanza”, sino que sigue trabajando en nosotros, por
cuanto somos una obra en construcción.
¿No es maravilloso pensar que Dios pudo haber acabado con el hombre hace
tiempo y en lugar de eso lo sigue
cuidando? Así que el hombre, su más grande obra, la sigue construyendo. Por lo
tanto, no somos cualquier cosa; Dios se tomo su tiempo en diseñarnos. Somos su
obra maestra. Pablo es la mejor representación de lo que es esa “obra en
construcción”. Nadie fue como él antes del encuentro con Cristo. Sin embargo,
cuando tiene que hablar de la seguridad de salvación, y de la obra que el Señor
hace en su vida, utiliza la palabra “persuasión” para hablarnos de algo que es así, que está
totalmente seguro. Pablo estaba persuadido que la obra que comenzó el Señor
entre los filipenses, y que tenía que ver con su propia vida, no quedaría
inconclusa. Esa obra no es como la que comienzan muchos hombres, que al no ser
concluida, son monumentos a la desidia. Hablamos hoy de la obra más grande
jamás construida, pero todavía no acababa: la salvación. ¿De qué se trata esa
obra en construcción? ¿Por qué somos para Dios lo más grande de todas sus
obras?
I. ESTA OBRA EN CONSTRUCCIÓN ES
UNA BUENA OBRA
Hay obras en construcción que ya son malas obras. Note que esta es “la
buena obra…”
¿Por qué la salvación es una buena obra?
1. Es la
obra que limpia de todo pecado. Satanás introdujo el
pecado de la codicia y de la desobediencia en la inocente pareja del Edén.
Desde entonces se conoció una de las sentencias más tristes que oído humano
haya podido escuchar. El profeta Isaías la expresó así: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias
como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras
maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6). Y el apóstol Pablo lo
expresó así: “Por cuanto todos pecaron y
están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Hubo muchos sacrificios
antes que Cristo viniera. Sin embargo, ninguno de ellos compensaba la justicia divina. El hombre iba en una
condenación semejante a la de los ángeles que cayeron. Pero, ¿qué sucedió? Escuche uno de los textos más
sorprendentes de las Escrituras: “Mas
Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros” (Ro. 5:8). La “buena obra” que Dios comenzó en nosotros
tuvo que ver primero con el perdón de nuestros pecados. El grito más intenso de
dolor que salió desde aquella cruenta cruz, “¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?”, nos habla del altísimo costo del perdón de
nuestros pecados. El horror de aquellas horas se hizo aun más terrible, cuando
tres de ellas fueron de oscuridad; Dios
ni vio ni auxilió a su Hijo en aquel momento. Todo eso los sufrió el Señor por
nosotros.
2. Por la
tarea que se nos ha dejado. Es importante que sepamos
que Dios perdonó nuestros pecados con un
propósito. Esto quiere decir que todos nacimos para un propósito. A través de
la sangre de Cristo, Dios nos aseguró el destino eterno. Pero nos ha dejado acá
para cumplir con una misión histórica. Me gusta lo que ha dicho Rick Warren en
su libro Una Vida con Propósito: “No eres un accidente. Tu nacimiento no fue un
error o infortunio, tu vida no es una casualidad de la naturaleza. Tus padres
no te planificaron; Dios lo hizo. A él no le sorprendió tu nacimiento. Es más,
lo estaba esperando” (pág. 21). Amados, la “buena obra” que comenzó en nuestras
vidas tiene que ver con este propósito. Lo triste será que pasemos por este
mundo sin haber descubierto la razón por la que Dios nos ha salvado. El apóstol
Pedro no lo pudo poner mejor cuando habló de lo que somos ahora para Dios, pero
también del inigualable compromiso que ahora todos tenemos (1Pe. 2:9). Somos
“reyes y sacerdotes” para anunciar las “virtudes” del que nos llamó.
3. Porque Dios
desea compartir su gloria. Dios te creo y te salvó
para que vivas con él para siempre. Sin embargo, Dios no tenía necesidad de
habernos creado. Él podía vivir con o sin nosotros. Siempre ha tenido su
gloria. Nuestra creación no alteró en nada lo que él es. Sin embargo, la razón
por la que nos creo fue para que compartiéramos su gloria. ¿No es esto
maravilloso? Una de las cosas que Cristo hizo con sus discípulos fue darles
mucha información acerca del lugar de donde él venía. Les dijo que su reino no
era de este mundo. Les dijo que él y el
Padre eran uno solo. A los fariseos lo confundió diciéndoles que antes que
Abraham fuera ya él existía. Y cuando estaba para ir a la cruz les dio una de
las más confortantes promesas (Jn. 14:1-2). Al final oró así: “La gloria que me diste, yo les he dado,
para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Jn. 17:22). De todo esto
se desprende que la “buena obra” que el Señor está haciendo es para que seamos
dignos ocupantes del reino de los cielos, llegando a ser semejantes a los
ángeles.
II. ESTA OBRA EN CONSTRUCCIÓN TIENE UN
CONSTRUCTOR DIVINO
1. “El que
comenzó en vosotros…”. Si
esta obra dependiera de nosotros jamás podía ser concluida. Somos dados a
comenzar muchos proyectos, pero muchos se quedan en el camino. Piense por un
momento en las dietas que se ha
propuesto hacer. Piense en algún estudio que ha querido terminar. Piense en
algún trabajo que no ha podido concluir. Por nuestra propia naturaleza vemos
que hay muchas cosas no concluidas. ¡Imagínese por un momento si esta “buena
obra”, hablando de la salvación, dependiera de nosotros! ¡Quién pudiera ser
salvo! Hay movimientos modernos que presuponen que el hombre puede salvarse por
sí mismo. Mediante lo que se conoce como “el poder de la mente” pretenden
hacernos ver que el hombre no necesita a Dios para alcanzar su propia
salvación. Pero mientras más se dan estos intentos, el hombre descubre que
posee una naturaleza corrompida que le impide hacer una “auto limpieza” del
alma. Cuando el hombre trata de salvarse por sí mismo, la Biblia le recuerda
que sus obras son “como trapos de inmundicia”. Solo Dios podrá cambiar nuestra
naturaleza corrompida, nadie más lo hará.
2. La buena obra se consumó
en la eternidad. A Dios no le tomó por sorpresa la caída del
hombre. Si alguien pensó que Dios comenzó a preparar un plan para redimir al
hombre al momento que este le falló, se equivoca. La “buena obra” del cual nos
habla Pablo fue objeto de un considerado plan en la misma eternidad. Pedro y
Juan nos hablan de un cordero sacrificado antes que el mundo fuese. El constructor de esta obra la había
preparado en algún momento de la eternidad. Semejante decisión nos habla de una salvación anticipada. ¿Quién mató a
Cristo? ¿Los judíos? ¿Los romanos? Sorpréndase con lo que dice Isaías 53:6, 10.
Todos esto sucedió para que se cumpliera lo que más adelante Pablo, haciendo
gala de su erudición y queriendo mostrarnos lo que significa esa “buena obra”
originada en la misma eternidad, nos dijo: “Porque
a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a
éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Ro.
8:29, 30). ¿Puede usted pensar en algo
mejor que esto?
III. ESTA OBRA EN CONSTRUCCIÓN PRONTO SERÁ ACABADA
1. “…la perfeccionará…”. Un escultor ve a través
de una tosca piedra o un pedazo de mármol
una obra consumada. Es así como los grandes genios de la creación han
sacado figuras de ángeles y de seres humanos de lo que nadie podría imaginarse.
Ellos han visto algo extraordinario en lo que para nosotros es ordinario. Dios
es el escultor por excelencia. En el
principio tomó del polvo de la tierra e hizo una figura al que después llamaría hombre. Luego le puso el
soplo de su aliento y llegó a ser un
alma viviente. Pero Dios sigue trabajando en ese hombre que hizo al principio.
Por cuanto el pecado dañó su obra, ahora está trabajando en su perfección.
¿Somos ya perfectos? ¡No! Pero Dios está trabajando. Jesucristo dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo
trabajo”. Hay muchas cosas en nuestras vidas que necesitan ser
perfeccionadas por cuanto somos una obra en construcción bajo el diseño divino.
Job lo expresó así: “El, pues,
acabará lo que ha determinado de mí; Y muchas cosas como estas hay en él”
(Job 23:14). La
perfección significa que Dios en el pasado, nos libró de la culpa del pecado. En el
presente, del poder del pecado y en el futuro, de la presencia del pecado. Es
obvio que no somos perfectos, pero el texto dice que nos perfeccionará. Esa es
la meta final del creyente.
2. “…hasta
el día de Jesucristo”. Cuando Dios nos salvó comenzó la “buena
obra”. En algunos el trabajo ha sido más fácil, mientras que en otros su
trabajo requiere mucha paciencia. Hay que recordar que en el momento de la
conversión el Espíritu Santo hizo su obra cuando fuimos “sellados para el día
de la redención” (Ef. 4:30). Con esta seguridad Él ha seguido trabajando hasta
formar a Cristo en nosotros. Sin embargo, ese trabajo no será completado sino
hasta que Cristo venga. El texto nos dice que “el que comenzó en nosotros la
buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Esta es una de las
grandes promesas de la Biblia. El texto nos dice que Dios no solo va finalizar esa “buena obra”,
sino que la irá perfeccionando hasta ese día glorioso. ¿No suena esto
maravilloso cuando pensamos en nuestro carácter, en nuestras debilidades, en
nuestros altos y bajos, en nuestros estados emocionales? ¡Tenemos la seguridad
que seremos mejores en el futuro! Dios “no se fatiga con cansancio” en esta
obra. La venida de Cristo traerá cuerpos transformados y cuerpos resucitados. ¿Está
usted persuadido de esto?
CONCLUSIÓN: Un día el Señor
le dijo al profeta Jeremías que se levantara y fuera a la casa del alfarero
(Jer. 18:1-6). Dice que mientras éste trabajaba en la rueda, la vasija de barro que hacía se le echó a perder en su mano. Pero que luego
volvió e hizo otra vasija, con el mismo barro, según le pareció mejor hacerla.
El Señor luego aplicó esto a Israel quien era como barro en sus manos. Dios
podía hacer una vasija mejor de ellos. Esta es la verdad aplicada a la vida
espiritual. El que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
que él venga. Muchas veces esa vasija se cae y se rompe y tiene que comenzarse
otra vez. Algunas veces se usará la rueca para darle forma. Pero al final saldrá
la obra para la cual Dios nos ha creado. ¡Ánimo, hermano, Dios no ha dejado de
trabajar en ti! Lo hizo en Pedro quien
pasó de ser “Simón” (algo que se mueve con el viento) a “Pedro” (roca). Tú eres
una obra en construcción, pero estás en las manos del Alfarero Divino. La más
grande promesa es que “aquel quien la buena obra empezó
será fiel en completarla”. Dios no deja nada inconcluso. Lo prometió y lo hará.
será fiel en completarla”. Dios no deja nada inconcluso. Lo prometió y lo hará.