IGLESIA BAUTISTA
HISPANA COLUMBIA
Falls Church, 01/07/2012
Rev. Julio Ruiz, pastor
Mensajes basados en
La Carta de Santiago
EL PODER SANADOR DE LA IGLESIA
(Santiago 5:12-20)
INTRODUCCIÓN:
¿Había pensado en la iglesia como un hospital? Sí, la iglesia desde que fue fundada ha sido un lugar para sanar a todos los que a
ella se allegan. En consecuencia,
algunos ya están sanos, otros en
el proceso de sanarse y algunos todavía tienen “quebrantos”. Esto nos lleva a la pregunta, ¿cuántas clases de
enfermedades hay en la iglesia? ¿Cual piensa usted que son las más visibles y las más comunes? Algunas de esas enfermedades se ven, mientras que otras permanecen
ocultas. En el pasaje de
hoy Santiago nos presenta a la iglesia
como un lugar donde todos debieran ser sanados. Para ello habla de la oración
del justo, de la confesión de las faltas y de la restauración del
extraviado. En sus consejos finales
abunda en exhortaciones que tienen la misión de sanar al enfermo físico, pero
también de sanar las relaciones
quebrantadas por el pecado. Semejante cuadro nos muestra a la iglesia como un hospital y con un poder sanador. En una visión de la iglesia del primer siglo encontramos
que la mayoría de sus integrantes fueron
personas que estuvieron enfermos y luego
fueron liberados. Algunas enfermedades la producía Satanás, siendo la posesión
demoniaca con todas sus manifestaciones, la más visible. Se nos habla de muchos ciegos, cojos y paralíticos sanados y
liberados. Abundaban, como el día de hoy, enfermos de arrogancia, orgullo y
adicciones a muchos vicios. Pero la iglesia ejercía su poder sanador por medio
del Espíritu Santo. Esta es la bendición más
grande de la iglesia del Señor. ¿Quién no necesita de ella para ser
sanado? A la luz de lo que Santiago nos ha dicho, veamos en qué consiste el
poder sanador de la iglesia a través de cuatro énfasis particulares de este pasaje. Acompañemos
a Santiago en esta invitación final.
I.
EL PODER SANADOR DE LAS
PALABRAS v. 12
1. Palabras comprometedoras v.12.
Cada palabra que sale de nuestra boca tiene un poder sanador o
destructor. Esto plantea que hay un gran compromiso en lo que decimos o
prometemos, por lo tanto debemos tener
cuidado cuando encendemos el “motor de la lengua”. El presente texto tiene
relación con el 5:9. Santiago, quien
pareciera tener un doctorado en el tema de la lengua, nos ha hablado de un
ambiente de “queja hacia los demás”, siendo los que están más cerca los más afectados por ellas. ¿Quién
es el que se queja más en su casa? ¿Qué tanto se queja de la iglesia? En esta
ocasión, Santiago regresa al tema del habla que tiene que ver con las promesas,
muchas de las cuales no cumplimos. En el texto él dice que de nada nos sirven
los juramentos. Hay ocasiones cuando las dificultades nos apremian que solemos
hacer promesas, muchas de las cuales se convierten en falsos juramentos. Santiago nos dice que eso
no debiera hacerse, “ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro
juramento”. ¿Sabía que al que más ofendemos con nuestras promesas es a Dios?
Tome en cuenta lo siguiente. Cuando algo nos pasa, hacemos promesas de una
mejor conducta, pero una vez superado el problema, pronto las abandonamos. Debiéramos
con frecuencia ir a Eclesiastés 5:4-5, de modo de no hacer promesas y después
no cumplirlas. Vea las promesas incumplidas que les hacemos a las personas,
incluyendo las que le hacemos a nuestros hijos, a los padres y entre los esposos y esposas.
2.
Palabras afirmativas v. 12 b.
Por todos es sabido que
el valor de las palabras se ha devaluado de una manera rápida. Y si bien es
cierto que eso sería normal entre aquellos que no tienen temor a Dios, lo
lamentable es que entre muchos cristianos las palabras quedan entredicho. Santiago
nos dice “… que vuestro sí sea sí, y
vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación”. El sentido de estas
palabras es que debemos ser honestos en todo lo que decimos o prometemos. En
relación con nuestros hermanos, estas palabras deben tener un sentido de
afirmación. En nuestro trato con nuestros hermanos, las palabras deben estar
saturadas gentileza, bondad, amabilidad y sobre todo, deben estar llenas de
profundo amor cristiano. Una de las cosas que esperaba Pablo de la iglesia a
los filipenses era que su “gentileza fuera conocida de todos los hombres”. En
una iglesia donde los hermanos se aman entrañablemente, de corazón puro, no
habrá lugar para las palabras ásperas u
ofensivas. Ningún hermano ofenderá a otro en aras de defender alguna posición,
sino que dirá la verdad en amor, lo cual es muy distinto a decirla ofendiendo.
La iglesia debiera ser el lugar donde
las palabras traigan sanidad. Que nadie se enferme por mis palabras.
II.
EL PODER SANADOR DE LA ORACIÓN
v.13-15
1. La
oración sana al afligido v. 13. La iglesia a la que se
dirige Santiago era una comunidad llena de pruebas y tribulaciones. La carta comienza y
termina con este reconocimiento. Frente a esta verdad, Santiago recomienda desatar el poder sanador que hay en la
oración. Santiago reconoce que hay enfermos de gran aflicción porque no ejercen
este poder. Al igual que muchos hermanos de ese tiempo que eran sometidos a
persecuciones, trayendo como resultado el desaliento, hoy ésta es una enfermedad que invade el espíritu y deja fuera
de combate hasta los cristianos más fuertes. Santiago pregunta: “¿Está alguno
entre vosotros afligido?”. Su remedio es: “Haga oración”. ¿Por qué esta
recomendación? Porque cuando oramos estamos desatando el poder del cielo a
favor de esa situación particular. Cuando oramos, invitamos al mismo Padre
celestial a tocar nuestro sensible corazón y a levantar nuestro ánimo
acongojado. Invitamos al Espíritu Santo a que nos traduzca lo que queremos
decirle a Dios mientras oramos. Es en ese momento cuando la oración se
constituye en nuestro bálsamo sanador. Ningún refugio será más poderoso que el
que nos produce la oración. Haga uso de ese poder para sanar su espíritu.
2. La oración sana
al pecador v. 14, 15.
Santiago sigue exponiendo las bondades de la oración. Ahora pasa de
la oración del afligido a la oración por el enfermo. Todos hemos sido testigos del poder de la
oración sobre el cuerpo enfermo. Al final es la oración y no otra cosa la que sana.
Esto lo decimos porque el presente texto se ha mal interpretado, haciéndose más
uso de los medios (aceite y ancianos), que la oración en sí. No siempre será
necesario el aceite para orar por algún enfermo. El poder está en Dios, no en el
rito. El principio de Santiago es que la oración tiene el poder para sanar el
cuerpo, pero sobre todo el alma y el espíritu. Note el extraordinario efecto
que produce el orar por quien está enfermo: “Y
la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere
cometido pecados, le serán perdonado”. Considere los tres efectos poderosos de esta
oración. Sanar, levantar y perdonar. La auténtica sanidad tiene que ir más allá
del cuerpo. Jesús sanó a diez leprosos, y solo uno regresó para dar las
gracias. El propósito de este texto es mostrarnos que
cuando la oración se hace en comunidad, trae salud. Y aquí salud también
equivale a salvación. Por cierto que hay enfermedades que son peores que las
físicas, pues enferman el alma y el espíritu y solo la oración podrá sanarlas. Haga
uso de ella.
III.
EL PODER SANADOR DE LA CONFESIÓN V. 16
1.”Confesaos
vuestras ofensas unos a otros”.
Desconocemos cuáles eran los
problemas que enfrentaban los hermanos, pero en el seno de aquella iglesia
habían muchos ofendidos. ¿Tendrá que ver esto con la pregunta que hace Santiago
cuando dice “está alguno entre vosotros afligido”? Las ofensas generan resultados como la aflicción del espíritu y
enojo en el carácter. Es extraño que en
una comunidad cristiana se den las ofensas. Bien pudiera el mundo calificar a
la iglesia como el lugar donde todos los hermanos se aman; donde el amor
fraternal y la armonía son su sello distintivo, y aun cuando ese es el ideal,
la verdad es otra. Hay algunas excepciones de hermanos que, dominados por una
actitud carnal, ofenden a otros en palabras o con hechos. Santiago ya había
detectado a un grupo de hermanos “peleadores” en la iglesia cuando preguntó: “¿De dónde vienen las
guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales
combaten en vuestros miembros?” (4:1). Por tales
razones, él recomienda que se confiesen
las ofensas unos a otros. Que no dejen que el sol se ponga sobre su enojo, sino
que sean prontos para perdonarse y reconciliarse en el amor del Señor. Cuando
se demora la confesión de la falta, persiste la enfermedad. Cuando se confiesa, habrá sanidad en el
cuerpo.
2. “Orad unos por otros”.
Santiago aborda acá tres tipos de oración. Una es la oración que
hacemos por nosotros mismos, cuando pregunta: “¿Está alguno entre vosotros
afligidos? Haga oración”. La otra es cuando alguno está enfermo que llame a los
ancianos para que oren por él con el fin de ser sanado. Y la otra es la que
debemos hacer los unos por los otros. Tome en cuenta que este imperativo está
en la misma línea del “confesaos vuestras ofensas unos a otros”. Por cuanto
Santiago ha sido muy reiterativo en el término “unos a otros” en su carta, nos
pone de manifiesto que la iglesia debería funcionar como una comunidad
terapéutica. Es decir, aquí todos deberían ser sanados. Es por esta razón que
recomienda a “orad unos por otros”.
Observe cuál es el resultado de esta acción: “… para ser sanados”. Mis amados hermanos, tendríamos menos
enfermos en nuestra iglesia si practicáramos más este imperativo bíblico.
Cuando oramos “unos por otros”, evitamos la tentación de “criticarnos unos a otros”. Cuando me pongo de acuerdo de
orar con mi hermano, comienzo a cerrar todas las puertas que conducen al
chisme, la difamación y algún excesivo enojo contra ellos. Cuando oramos “unos
por otros” desatamos un poder transformador y una lluvia de bendición sobre
otro. ¿Cuándo fue la última vez que hizo esto?
IV.
EL PODER SANADOR DE LA RESTAURACION v. 19, 20
La pregunta:
“¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”, que una vez hizo Caín cuando Dios le
preguntó por su hermano Abel, no puede aplicarse en la comunidad de la iglesia.
Esa actitud de menosprecio y de apatía por saber de la condición del hermano no
es compatible con la iglesia del Señor. Todos nosotros sí tenemos una responsabilidad por el resto de
nuestros hermanos. Observe la manera tan
magistral como la carta termina v. 19, 20. Santiago da por sentado que hay
hermanos extraviamos, siendo este el más grande llamado de atención a la
iglesia. Hay hermanos que se retiran de las iglesias por múltiples razones,
siendo esto la tarea de hacerles regresar la más importante de ella. Mire de lo
que libra al que hace este importantísimo trabajo: “… salvará de muerte a un
alma, y cubrirá multitudes de pecado”. ¿Puede pensar en un trabajo más importante que este? Esta es la labor de
todos nosotros. No seamos indiferentes ante aquellos que se apartan de la fe.
No los ignoraremos por las consecuencias finales que le esperan al que se
aparta de la “fe una vez dada a los santos”. Debemos acercarnos a ellos y tratar de reencausarlos
por la senda de la fe. Cuando esto hacemos estaremos sanando al que se ha
extraviado. Esta es la enseñanza de Jesús sobre la parábola de las “cien
ovejas”.
CONCLUSIÓN:
Esta epístola no podía terminar mejor. Al final
Santiago nos hace una cordial invitación a no enfrentar la adversidad desde la
soledad, sino a unirnos al Cuerpo de Cristo para ayudarnos mutuamente a
sobrellevar nuestras cargas. Será allí donde recibiremos perdón de pecados y seremos restaurados al
plan que Dios trazó para cada una de nuestras vidas. A la iglesia se le ha dado
el poder sanador. En es un poder que se da a través de las palabras, de la
oración, de la confesión y de la restauración. ¿Está usted afligido en esta
hora? ¿Está usted enfermo del cuerpo o del espíritu? Deje que la iglesia ejerza
el poder sanador sobre su vida. Venga al
Señor tal y cual está hoy para ser sanado.
No siga siendo uno de los enfermos de la iglesia. Es hora de pedir que
el poder sanador del Señor haga su obra completa en nuestra vida.